"...I want to be naked running through the streetsI want to invite this so called chaos that you'd think I dare not beI want to be weightless flying through the airI want to drop all these limitations and return to who I was meant to be..."
Había repartido cartas, fotocopiado y compaginado documentos, recibido quejas por su lento actuar, y aún así estaba contento. Dichoso de que pasaran las horas, los días, las semanas y el mes para recibir el sueldo; ciento sesenta y siete mil novecientos treinta y tres pesos lo hacían feliz, o bien le daban los recursos para poder serlo.
Cien mil pasaban directo al arriendo, los gastos comunes y la alimentación; cuarenta para pagar la infinita cuota de CMR que hasta el momento había sido la gran auspiciadora de su impecable pinta; diez para la micro; cinco para libros y discos (siempre ofertas); otros cinco para “La nación”; diez para disfrutar la juventud; dos mil para sopaipillas, arrollados primavera, u otro concepto afín; tres mil quinientos para cargar el celular; dos mil para el chanchito, mil para dos kilos de palta; y los tres pesos para alguna fundación. Los cuatrocientos treinta pesos restantes eran los que mejor invertía.
El teatro callejero siempre fue su pasión, desde niño amó el circo en especial los payasos, frecuentó las calles del centro para ver los espectáculos y tomó cursos de clown en el “El gran circo teatro de Chile” donde fue galardonado por su talento ajeno de pretensiones, pero a pesar de ello, nunca pudo actuar. Sentía que ese no era su rol: a él le correspondía crear, así que consiguió trabajo para sostener su empresa, y destinó aquellos pesos sin justificar–divididos en treinta raciones- para el mejor show del día.
Al llegar las cinco y media de la tarde se declaró libre. Marcó tarjeta y salió de la oficina para iniciar un largo camino a su casa. Aprovechó de caminar por Ahumada para ver a los vendedores, los transeúntes, uno que otro lanza, y por supuesto, las “Estatuas humanas”. Una le llamó la atención, era una chica muy joven vestida de rosa, a ella le entregó sesenta pesos (lo que corresponde a dos días de colaboraciones), la chica lo miró, le dio la mano y lo sacó a bailar, al terminar se reubicó para quedarse muy quieta a la espera de más gente dispuesta a darle una moneda. José siguió caminando.
“La Tercera” había llegado temprano, como siempre, y eso la alegraba. Tomó el periódico para ver que decía frente al tema. Conflictos limítrofes con Bolivia, tensos diálogos entre políticos-empresarios, críticas hacia Bush, los secretos de la pareja del momento y una amplia fotografía de un popular futbolista quien apostaba por el triunfo de uno de los competidores del campeonato mundial de fútbol. En fin, lo mismo de siempre, y Tunick no aparecía.
Sentía desilusión de que el único tema relevante para ella no fuera motivo de portada, se preguntó si su vida era “importante”, así comenzó a buscar la respuesta en el interior del diario.
La página 20 anunciaba en un pequeño recuadro el cambio de recorridos automóviles por motivo del desnudo masivo que se realizaría frente al Museo de Bellas Artes, al cual asistiría a como de lugar. Siguió revisando, con la esperanza de encontrar una mejor cobertura.
Cultura y espectáculos dedicaba una plana a Tunick, sus desnudos, la razón que lo traían al país, y cómo llegó a pensar el Parque forestal era el lugar perfecto realizar nuevas tomas para “Nude adrift”, una serie de fotografías tomadas en las principales ciudades del mundo, y cómo Santiago llegó a ser una de ellas por medio de los miles de mails de personas interesadas en sacarse la ropa y un par de otras cosas. Ella quien había escrito meses atrás cerraba el diario tras leer el horóscopo, y se aventuraba a ser parte de un evento que auguraba como imperdible.
Las calles, como siempre, estaban sucias y atestadas de vehículos desenfrenados, uno de ellos era la 606, la micro que debía tomar para llegar a Alameda y así caminar alrededor de diez minutos hacia el lugar de los hechos.
La micro era “una reliquia”, se podía advertir los miles de viajes realizados por el sonido del motor, los ventanales rotos, la desgastada araña en la palanca de cambios, el desteñido “El Señor es mi copiloto” en frente del viejo chofer, en los anuncios de años pasados, y en los asientos; testimonios de romances, infidelidades, declaraciones, propuestas y mentiras. “Andrea y pico”, “Te amo Marcelo profe”, “Dayana me mentiste, pero yo me voy a vengar del conchetumare”, “Lo que voy a contar aquí es la historia…”. Así se mantuvo ocupado durante los cincuenta minutos de viaje en que la micro no había parado de sonar, mezclando el ruido propio con la programación de “Radio Corazón”, que él afortunadamente había podido menguar con su discman, recién comprado, que había acabado con su tan riguroso presupuesto.
Se puso de pié al pasar por la iglesia San Francisco, era hora de bajar. Tocó el timbre. Santa Lucía era un buen lugar, tranquilo y alegre, pensaba que ese era el lugar donde él se merecía vivir, un lugar para disfrutar. Sin embargo no tenía como ni con quien vivir. Su única compañía era su reproductor de discos, con el cual ahora disfrutaba el Unplugged de Alanis Morissette.
Cuando llegó al Parque Forestal se sorprendió mucho, esperaba ver menos gente, aún así no reconoció a nadie. Había quedado de venir con un amigo pero el acuerdo se había roto por medio de un mensaje en que decía estar enfermo, al cual respondió “Mentira, tienes miedo. A lo mejor salgo en la tele, así que aprovecha la cuarentena pa’ buscarme”. De todas formas lo comprendía, él también tenía vergüenza, miedo o algo que le impedía sentirse cómodo, a pesar de estar aún con ropa y de todos esos meses en el Circo Teatro.
Como siempre había llegado tarde, eran las 8:25. Pudo ver cómo los organizadores estaban colapsados ante tanta gente, tratando de organizarlos y hacer las fotos. Había esperado tanto este día que no iba a perder la oportunidad de participar por uno más de sus atrasos, así que rápidamente se sacó la ropa, pasó las vallas y comenzó a buscar a la Pily, con quien compartiría la experiencia. Advirtió que con la multitud le resultaría un tanto difícil encontrar a su amiga; había leído en el diario que los organizadores no esperaban más de cuatrocientas personas mientras ella no más de cien. Sin embargo todos los pronósticos fallaron: su puntualidad, la cantidad de personas participantes y su compañía, que seguramente la estaría buscando. Así que comenzó una caótica búsqueda de la chica con quien jugaba a las muñecas, con la que compartió su banco de Kinder a Cuatro medio, con la primera que probó el cigarro y con la que hoy se pasearía desnuda en plena costanera.
Nunca se había desnudado en público, él era de los que en la playa se bañaban con polera, no se duchaba en otro lugar que fuese su casa, menos andar desnudo en la casa, en fin era el blanco perfecto para los cuatrocientos evangélicos que se reunieron en las cercanías del Bellas Artes para tratar de impedir el evento o convencer a los participantes de no cometer pecado. Un señor se le acercó y le dijo “Mijito, usted parece ser de una buena familia, ¿Pa’ que lo va a hacer?” ante la indiferencia una señora, seguramente la esposa del hombre, comenzó a persignarlo y a rogarle arrepentimiento, aún así estaba demasiado convencido de lo que iba a hacer y no dejó intimidarse por ese importante grupo de personas, que sentía que estaban en su derecho tan valido como el suyo de seguir su convicción. Como había llegado temprano, aprovechó de dejar sus cosas en un buen lugar; fue uno de los primeros en desnudarse después de un anciano de sesenta años, de un hippie y de dos tipos tan normales como él. En un principio recordó las frases de los evangélicos aunque en seguida las olvidó disfrutando el momento en plena soledad. El sector era mucho más bello, ahora sin autos, miedos y ropas, se sentía como un niño que caminaba libre por las calles creadas por obra del mismo señor que los disidentes alababan, pero con el fin de que los hombres “fuesen libres”. Se sentía más cristiano, más libre que nunca.
Las órdenes de Tunck se oían por medio de intérpretes, que con megáfonos aducían a la multitud a ordenarse para comenzar con la sesión. Se cuestionaban si eran ellos o las cuatro mil personas quienes dirigían la situación, aún así emitían las órdenes con fuerza y seguridad. ¡Que se siente la primera fila! ¡Que las embarazadas pasen adelante!, “Serios y concentrados, sin gafas. Recuéstense hacia atrás, sobre su vecino. Atentos por favor”
Estaba demasiado feliz, a pesar de no haber encontrado a su amiga, sentía el momento como algo maravilloso e inolvidable donde quizás el haber vivido la experiencia sin ella le daría la posibilidad de consolidar aún más su larga amistad. El ambiente era de risas, un hombre había comenzado a cantar el himno nacional, que en seguida fue seguido por cientos y luego miles de personas que como ella veían esto como el verdadero “Orgullo Nacional”. Al culminar aplaudieron y en seguida siguieron al pie de la letra las órdenes del fotógrafo, ahora comúnmente conocido como “el guatón”.
El largo pelo de ella caía sobre su cara, él con mucho cuidado lo tomó y lo dispuso bordeando el hombro izquierdo de ella, se miraron y sonrieron. Sintieron el flash de la primera foto; salían mirándose, desafiando el orden en el preciso instante en que todos juntos afrontaban a la sociedad misma, a sus prejuicios, esquemas y convenciones. Eran la naturaleza por sobre la cultura, y eso los hacía felices.
Tunick hizo un par de repeticiones, donde pudieron mirar el flash. Eran las 9:10 de la mañana, y llevaban dos horas en el lugar. Finalmente el fotógrafo agitando una bandera chilena dijo: “Thank you”.
De ahí en adelante los cuatro mil participantes quedaron realmente libres, corrieron, saltaron, jugaron, vivieron. José y Sofía –él y ella- se dieron compañía tomándose de la mano, haciendo como si fuesen grandes amigos, las dos personas más conocidas del planeta, que disfrutaban el momento como si fuese sólo de ellos dos; el resto era sólo el complemento de ese momento tan propio, íntimo, tan esperado. Comenzaron caminar, a buscar a la Pily, pues Sofía quería presentarle a quien había acabado con su soledad. No la encontraron, aún así se entretuvieron observando a los diferentes tipos de personas presentes: habían punks, hippies, artistas, borrachos, cuicos, flaites, adultos, ancianos, famosos; guatones, flacos, rubios, morenos, altos, chicos, pelirrojos, chinos, etc. Era un real punto de encuentro, donde no existían diferencias, donde todos eran felices.
Estuvieron alrededor de una hora jugando y compartiendo, la gente comenzó a irse y José a sentirse pudoroso por lo que invitó a Sofía a buscar su ropa. Caminaron un poco, hasta llegar al escondite donde permanecían todas sus cosas, las tomó y se las puso sobre el hombro. Ella le preguntó por qué no se la ponía y él le respondió que quería finalizar el momento junto a ella, así que caminaron hacia donde estaban sus cosas. Sofía había dejado los suyo al costado de un árbol donde había escrito su nombre, sin embargo sus cosas no estaban.
Comenzaron a dar vueltas por el alrededor, por si algún perro las había tomado; quizás no era su día de la suerte pues estaban, pero todas rotas y mordidas. Sofía sonrió al encontrar sus documentos en el bolsillo del pantalón y dijo “Bueno, el perro también quería disfrutar”. Se sentaron y comenzaron a revisar que tan usables estaban sus cosas, rieron y rieron al ver que ni siquiera servían para cubrirse un poco. Se quedaron largos minutos riendo, conversando y disfrutando el estado hasta que llegó un carabinero que les señaló que debían vestirse, pues el evento ya había acabado o de lo contrario serían detenidos, hizo un gesto y se retiró. Notaron una sensación extrañan el él, algo así como “una envidia sana”, pero le hicieron caso. Como hacía frió, José tenía un buzo bajo el pantalón, tomó también un sweater y se los prestó a Sofía, la miró y se rió. Ella le aseguró que con su ropa se veía bastante menos graciosa, y comenzaron a caminar, ahora alejándose del Parque forestal.
Caminaron hasta el cerro Santa Lucía donde se quedaron largas horas conversando sobre sus vidas, aspiraciones y por supuesto, sobre qué los había llevado a sacarse la ropa frente a Tunick. Eran cerca de las una cuando Sofía le dijo que debía irse, de este modo comenzaron a caminar hacia el Metro. Compraron boletos y caminaron al andén con dirección San Pablo. Al llegar a la estación Los Héroes, se despidieron con un beso y la promesa de juntarse el domingo siguiente a la misma hora y en el mismo lugar, lo que claramente significaba un gran sacrificio. Sofía bajó, dio tres pasos y volvió la vista para entregarle una sonrisa a quien había hecho ese día mucho más inolvidable de lo que ella esperaba.
Las razones.
Al tomar como referencia la frase “José llegó. Sofía lo esperaba. José la besó. Sofía lo esperaba”, me encontré con la dificultad de crear una representación que no estuviese relacionada con el tema afectivo. Después de pensar y pensar, llegué a la conclusión de que debía hacer un relato “rosa”, pero que tenía que darle un sustento.
Ahí, y relacionando con los temas vistos en la cátedra, opté por relatar un encuentro entre dos desconocidos, parte de una sociedad postmoderna que ven un hecho “Carnavalesco” como la instancia precisa para romper con los esquemas.
Lo Postmoderno fue insertado en las características o acciones de los personajes. José es un joven que vive en una dicotomía, por un lado estudió lo que quiso, pero no lo practica producto de su necesidad por mantenerse económicamente. Es un personaje tímido, que a pesar de sus estudios, acepta castigos, malos pagos, deudas, etc. Sofía por su parte, está muy interesada en el evento, es una joven que necesita ser parte de algo, que su vida o lo que hizo en ella tenga trascendencia.
Cuando decidí insertar el encuentro de los dos personajes dentro de un hecho carnavalesco, dudé entre la visita a Chile de “La Pequeña gigante” o de Spencer Tunick. La primera significó una liberación de Santiago, un “caos” necesario, en que una multitud volvió a la niñez siguiendo a la marioneta en su búsqueda del temible Rinoceronte; todo el funcionamiento de la capital giraba en torno a ella, las actividades de la Presidenta, los recorridos de las calles, la actividad policial, etc. Sin embargo, la segunda además de producir efectos similares, brindó la posibilidad de que esa multitud pudiera utilizar la sesión fotográfica para refutar parte de los prejuicios sobre nuestra sociedad, principalmente los ligados al ámbito sexual.
Para construir un relato lo más riguroso posible acudí a la Biblioteca Nacional en búsqueda de periódicos. Revisé “La Tercera” en sus ediciones del día 30 de Junio, 1 y 2 de Julio, y “La cuarta” del día 1 y 2 de Julio del 2002. Con el ejemplar del día 30 de Junio pude ejemplificar el carácter cíclico de los medios actuales, fue sorprendente cómo lo de hace cuatro años se repetía ahora, aunque con nuevos personajes. Del resto revisé relatos, noticias y opiniones de expertos, las cuáles me sirvieron para construir la personalidad, actuar y anécdotas de José, Sofía y el resto de los personajes. También utilicé un archivo (en texto) del programa “Testigo” de Canal 13, que me permitió darle una correcta cronología a los hechos.
Por último, sobre el título del cuento, éste es uno de los temas que más me cuasta a la hora de representar algo, por lo que opté por tomar una de las frases obtenidas dentro de mi documentación (Dentro del caos). Esta alude a una situación que podría haber ocurrido, como es el encuentro entre dos desconocidos, que sin embargo pasa desapercibida dentro de lo que es considerado “Noticioso”